Crisis climática

El ambientalismo está en crisis (y el planeta también)

Cada 5 de junio se celebra el Día Mundial del Ambiente. Durante años, esta fecha fue excusa para llenar las redes sociales de publicaciones verdes, infografías didácticas y discursos sobre “cuidar el planeta”. Pero en 2025, el panorama es distinto.

Por Mirco Arrojo

El ambiente, y el ambientalismo, están en crisis. Y no porque el problema haya desaparecido, sino todo lo contrario: el colapso es cada vez más evidente y la respuesta política cada vez más débil.

En Argentina el eje ya no está en agenda. El presidente, con toda su influencia, niega el cambio climático, las políticas ambientales se desmantelan y los discursos de invalidación contra el movimiento ecologista se multiplican. En el mundo, las advertencias de la comunidad científica se acumulan y los récords de temperatura se rompen mes a mes. Mientras tanto, nosotres —las juventudes— nos enfrentamos a una contradicción feroz: crecemos en una época marcada por el desastre climático, pero nos piden que actuemos como si nada pasara (o que arreglemos todo el desastre).

Ya no alcanza con separar residuos

Durante años, el ambientalismo estuvo asociado a acciones individuales: reciclar, reducir el consumo de plásticos, andar en bicicleta. A muchas personas les enseñaron que cuidar el ambiente era una cuestión de responsabilidad personal. Pero la verdad es que el problema es estructural.

En Argentina, como en buena parte del mundo, los modelos de desarrollo siguen apostando a la utilización de recursos naturales sin planificación adecuada ni evaluación real del impacto ambiental que pueden tener. No se trata de rechazar el desarrollo ni el uso de recursos naturales —de hecho, estos son fundamentales para el avance de cualquier país—, sino de señalar cómo se extraen y utilizan, sin considerar las consecuencias ecológicas, sociales o sanitarias. La falta de planificación y de medidas para mitigar los impactos es lo que convierte al modelo en insostenible.

El uso irresponsable de los recursos avanza sobre territorios habitados, contamina el agua, desplaza comunidades y genera conflictos. Ejemplo claro: la expansión de la frontera hidrocarburífera con Vaca Muerta, la megaminería a cielo abierto en provincias como San Juan o Catamarca, el avance sin control del litio en el norte argentino o el modelo de agronegocio basado en monocultivos y uso intensivo de agroquímicos. Estas prácticas generan enormes impactos porque no contemplan la sostenibilidad a largo plazo ni están acompañadas por políticas públicas que regulen su impacto ambiental y social.

La extracción de recursos naturales no es en sí misma un problema: lo problemático es hacerlo sin planificación, sin respeto por los territorios y sin diseñar estrategias que minimicen los efectos negativos para las personas y los ecosistemas.

La crisis ya no es futura: es ahora

El cambio climático dejó de ser una amenaza lejana. Las consecuencias son visibles, concretas y crecientes. En 2023 Argentina vivió su segundo verano más caluroso desde que hay registros, con temperaturas extremas, olas de calor, incendios forestales en el Delta del Paraná, tormentas severas e inundaciones repentinas (Ver: Ranking anual y estacional de los 10 valores más altos y más bajos en temperatura y precipitación a nivel país). En 2024 las lluvias dejaron barrios enteros bajo el agua en provincias como Buenos Aires, Córdoba y Entre Ríos. Y en lo que va del 2025 ya se registraron nuevas inundaciones, incendios y episodios extremos de calor incluso en otoño. Todo esto no es casualidad: es efecto del cambio climático, que amplifica fenómenos extremos y vuelve más frecuentes los desastres ambientales.

Según el último informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), los eventos extremos se multiplicarán si no se toman medidas urgentes para reducir emisiones y adaptarse al nuevo escenario climático (IPCC Sixth Assessment Report, 2023).

Pero la respuesta institucional está lejos de ser proporcional a la urgencia. En vez de fortalecer las políticas ambientales, el gobierno actual de Argentina eliminó el Ministerio de Ambiente, recortó el presupuesto para prevención de incendios (Ver: Recorte al presupuesto para incendios forestales), y promueve la desregulación del uso del suelo y los recursos. Además, el presidente Javier Milei niega abiertamente la existencia del cambio climático, calificándolo de “invento del marxismo cultural”. Esto no es solo ignorancia: es una decisión política peligrosa, que deja al país fuera del consenso global y pone en riesgo el futuro de millones.

Un movimiento interpelado

Frente a este escenario, el ambientalismo juvenil —que supo tener un rol protagonista en 2019 y 2020— también atraviesa un momento de crisis. La fuerza que lo impulsó en sus inicios se enfrenta hoy al desgaste, a la frustración y a la falta de eco político.

Sin embargo, sería injusto ignorar lo que se logró. En Argentina, las juventudes impulsaron luchas clave: desde la Ley de Educación Ambiental Integral, sancionada en 2021 (Ley 27.621), hasta el rechazo a proyectos contaminantes en territorios concretos.

El problema no es la falta de compromiso de las juventudes. Al contrario: somos la generación que más conciencia tiene sobre la crisis climática. Una encuesta global realizada por Amnistía Internacional en 2019 determinó que el 41% de los jóvenes de entre 18 y 25 años consideran al cambio climático como uno de los problemas más importantes que enfrenta el mundo. En Argentina, el 49% de los jóvenes identificaron la contaminación como el problema más importante. Además, esta encuesta también reveló que el 73% de los jóvenes creen que los gobiernos deben priorizar el bienestar de la ciudadanía sobre el crecimiento económico (Ver: Encuesta global a jóvenes el cambio climático es el mayor problema vital de nuestra época).

Un estudio realizado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en 2024, conocido como el "Voto Popular por el Clima", reveló que el 80% de las personas en el mundo quieren que sus gobiernos tomen medidas más enérgicas para hacer frente a la crisis climática. Este estudio incluyó a más de 73.000 personas de 77 países, representando el 87% de la población mundial (Ver: Estudio del PNUD)

Negacionismo, greenwashing y desesperanza

Hoy el ambientalismo no solo se enfrenta al extractivismo y al lobby empresarial: también tiene que resistir el avance del negacionismo climático y del greenwashing. Por un lado, proliferan discursos que minimizan la crisis, acusan al ecologismo de “ideología” o lo ridiculizan como moda. Por otro, muchas empresas se apropian del lenguaje verde para limpiar su imagen sin cambiar sus prácticas.

Esto genera una sensación paralizante: pareciera que nada alcanza. Que no importa cuántos datos compartamos, cuántas marchas hagamos, cuántas campañas lancemos. Que siempre hay intereses más poderosos, más ruidosos, más escuchados.

Crecimos con el mandato de salvar el mundo, pero también con el peso de que nada cambia. A veces, lo que sentimos no es solo enojo o tristeza: es un cansancio existencial. ¿Cómo se milita una causa que parece estar siempre a la defensiva?

No estamos condenados a este presente. Pero necesitamos recuperar la dimensión política del ambientalismo. Volver a preguntarnos qué modelo de país queremos, quién decide qué se produce y cómo, quién se beneficia y quién paga los costos.

Defender el ambiente no es solo plantar árboles o reducir el consumo de bolsas. Es disputar el sentido común. Es decir que hay formas de habitar el mundo que no tienen por qué destruirlo. Que el desarrollo puede pensarse con justicia social y justicia climática. Que no hay transición energética posible si no se respeta a los territorios y a quienes los habitan. Que el ambiente no es una variable a regular “si queda tiempo”, sino la base misma de cualquier futuro.

Ser joven en épocas de crisis climática

La nuestra es una generación atravesada por la incertidumbre. Sabemos que el tiempo corre. Que las decisiones de hoy van a marcar las décadas que vienen. Pero también cargamos con la sensación de estar haciendo demasiado y no lograr suficiente.

No hay respuestas simples. Pero sí hay algo claro: necesitamos espacios donde la esperanza sea colectiva. Donde podamos volver a creer que cambiar las cosas no solo es necesario, sino posible.

Este 5 de junio no hace falta publicar una frase linda ni la imagen de un bosque. Hace falta mirar la realidad de frente, con toda su dureza, y seguir organizándonos. Porque si el ambientalismo está en crisis, entonces hay que reconstruirlo. Y no desde la nostalgia, sino desde la potencia.

La historia del ambientalismo no termina acá. Solo está empezando otro capítulo. Y lo vamos a escribir nosotres.