Ana Mejia

Cuando tenía 10 años, sufrí el cambio de pasar de ser una niña a ser una adolescente.
“Sos muy rebelde” me decían mis padres y me costó mucho entender que mi “rebeldía” tenía que ver con el deseo de ser escuchada. Quería que mi voz fuera relevante.
Desde ese momento supe que nací para gritar lo que otros callan, defender lo indefendible e ir contra la corriente.